Difícil quitar la vista de los oscuros y profundos ojos del pequeño, se podría decir que subrayaban casi como una muda suplica el pedido que le había hecho. Sonriendo se quedo estático, pensó en sus propios hijos, en esa edad donde la rebeldía comienza a expresarse, niños que se duermen a diario con el estomago lleno, cuya única obligación es estudiar, si para los sacrificios esta él, para eso esta todo el día en ese kiosco, entre golosinas, útiles escolares y tarjetas prepagas de teléfono, un pequeño universo que lo sustenta, junto a su familia, desde hace doce años.
Los labios del pequeño vuelven a moverse, el sigue abstraído en esos ojos profundos, despacio amplia el foco, la ropa un tanto desaliñada, definitivamente muy usada y sucia, que triste destino para esa niñez que solo puede vagar por la calle, que es presa de pegamentos y drogas mas sofisticadas, una niñez sin cuentos de hadas, sin juguetes, sin desayunos atiborrados de pan con manteca y café con leche, sin timbres de recreo ni maestras solicitas, sin días del niño; una niñez de escalones de mármol en edificios públicos donde dormir, de deambular por restaurantes y otros locales mendigando una moneda…
La boca del chico se mueve otra vez, pero el sonido pegadizo de un tango de Julio Sosa le llena los oídos y la cabeza, siempre quiso bailar tango, quizás si lo hubiera hecho en la juventud podría haber juntado buen dinero, bailando en el extranjero, en lugar de regentear un kiosco de barrio, donde debía lucir una perenne sonrisa a pesar de las viejas cargosas llenas de tiempo libre y ocioso que solo se entretenían discutiendo todos los precios de las pequeñeces que llevaban, a veces se sentía miserable. El era un hijo obediente, en que habrá fallado para que los suyos se comportaran así, sabia que su mujer hacia lo posible para ponerlos a raya, claro, eso al volver del trabajo, el trabajo, al trabajar los dos la mayor parte del día es lógico que sus hijos actuaran con semejante rebeldía, pobre Nora, sabia que se sentía impotente y a veces lloraba en silencio, que linda que era cuando se conocieron, sonríe al recordar ese primer beso robado en un banco de plaza, algo de esa jovencita se encuentra aun en lo profundo de sus tristes ojos celestes…
¿Qué?; el chico dice algo mas, el extraño tono lo saca de su ensimismamiento, un tanto sorprendido que un pequeño de ocho o nueve años se exprese de manera tan exigente, lo mira, se ve tan extraño, por un lado tan desamparado y por el otro tan decidido, le sonríe…
Los vecinos lo encuentran aun con la sonrisa dibujada en los labios pero enmarcada en un rictus de sorpresa, el pequeño circulo negro, casi como un tercer ojo, se ve como una nota discordante en la frente del comerciante, los ojos bien abiertos a la nada, vidriosos, cajas de golosinas por el suelo, las tarjetas de teléfono ausentes y la pequeña caja registradora abierta y vacía, el charco de sangre se mezcla con las blancas hojas de los repuestos escolares y los caramelos.
Un día mas en un barrio mas…